A 50 años de los sucesos de marzo de 1968 /2

Recorro el mundo con piedras en la maleta, cada vez necesito más piedras…

Sabina Baral

Este año 2018 se cumplen cincuenta años de los llamados “sucesos de marzo del 68” en Polonia. Como ya dijimos en la entrada anterior, estos sucesos son recordados en estos momentos en Polonia con muchas publicaciones (artículos en prensa y libros) y también, entre otras cosas, con dos exposiciones, ambas en Varsovia. Una de ellas, la del museo Polin, todavía va a permanecer abierta hasta finales de septiembre.

De entre los numerosos libros que se han publicado no solo ahora sino también en los últimos años me ha llamado la atención uno en especial: las memorias de Sabina Baral, Zapiski z wygnania (Apuntes desde el exilio) (2015), que se han vuelto editar con motivo del cincuentenario. Acompañaré los comentarios y citas de este libro con algunos poemas testimoniales de Ewa Herbst reunidos en el libro Dokument podróży (Documento de viaje) (2017). Ambos libros fueron publicados por la editorial Austeria, de Cracovia.

Pero puesto que estamos en un blog sobre la Shoá, intentaré sobre todo trazar cierto paralelismo que puede encontrase entre la Shoá y los sucesos de marzo del 68, tanto en la forma en que se desarrollaron dichos sucesos (que, como ya escribí en la entrada anterior, están muy bien explicados en la exposición del museo Polin) como en la que los vivieron algunas personas (lo que Sara Baral y Ewa Herbst evocan y testimonian respectivamente en sus libros).

zapiski z wygnania
Cubierta del libro de Sabina Baral

 

El libro de Sabina Baral, Zapiski z wygnania (Apuntes desde el exilio) son las memorias de una mujer que con apenas unos veinte años tuvo que abandonar Polonia (ella vivía en Wrocław, en español Breslavia) debido a la campaña de propaganda antisemita del 68. Como muchas de las personas que tuvieron que abandonar repentinamente el país en el que ya tenían su vida hecha, al principio de la campaña no fue consciente de lo que se avecinaba:

La famosa reunión de los representantes del partido en la Sala Kongresowa de Varsovia, suenan las palabras características, los congregados escanden las consignas de apoyo al “camarada Wiesław” [Władysław Gomułka, «Wiesław», por entonces secretario general del partido comunista polaco]. Le infunden ánimos cuando habla de las “culpas” judías y subraya el origen judío de los inspiradores de los disturbios en la Universidad de Varsovia: “¡sin miedo!, ¡sin miedo!”. Escuchábamos ese discurso en la Politécnica [de la universidad de Wrocław]. Muchos de nuestros profesores, así como una gran parte de la intelectualidad de Breslavia, provenía de Lwow, y sus opiniones acerca el gobierno y el sistema eran más bien escépticas. Aquel decisivo día el catedrático entró en el aula y encendió la radio. En un silencio absoluto, con recelo, escuchábamos el discurso de Gomułka en vez de su clase. La incitación por parte de Cyrankiewicz [el primer ministro] a dejar el país, sonó ya totalmente directa como para que nadie hiciera como si no hubiera entendido: “Entre los ciudadanos polacos de nacionalidad judía se encuentra una determinada cantidad de personas de convicciones nacionalistas, sionistas y por eso proisraelíes. En las actuales circunstancias políticas, creadas por el Estado de Israel, estas personas se encuentran indecisas”… Y para despejar cualquier duda: “No hay pues lealtad posible ante la Polonia socialista y el Israel imperialista al mismo tiempo”.

“¡Sionistas a casa de Dayán!” [por entonces ministro de Defensa israelí]

“¡Moisesitos a Israel!”

Y yo, absorbida por el incidente de Dziady [la representación de la obra de teatro de Adam Mickiewicz que dio origen a las protestas universitarias en Polonia] y los sucesos de los último días en la Universidad de Varsovia, lista para la huelga de estudiantes en la Politécnica por un asunto de Polonia, veía ese momento como un momento excelso, importante, pero de ningún modo ignominioso. Aquello que pasaba no me sonaba a que me separaría de otros, me aislaría y me estigmatizaría, que trazaría una línea de demarcación entre yo, judía, y el resto de polacos. No comprendía las maniobras políticas que este discurso anunciaba. No me di cuenta de que los insultos dirigidos hacia Israel eran una señal de antisemitismo. No me vino todavía a la cabeza que era una escenificación de la versión contemporánea de un progromo. No sangriento sino eficaz.

Ewa Herbst escribió en 1969 en uno de sus versos testimoniales:

Dime por qué después del humo de Dachau
han tenido que sobrevenir estos tiempos crueles

Y es que justamente tanto las palabras de Sabina Baral como las de Ewa Herbst enlazan la campaña antisemita del 68 con la destrucción del mundo judío en Europa en los años del nazismo, en definitiva, con la Shoá. O por lo menos los enlazan en algunos aspectos… Ya señalamos en la entrada anterior cómo el discurso antisemita de la derecha ultranacionalista polaca de los años 30 fue recuperado durante la campaña del 68 por el discurso oficial del gobierno comunista. Pero también, si algo tienen primero en común ambos acontecimientos es que tanto el Holocausto como marzo del 68 no fueron progromos sino que respondieron más bien –si seguimos la tesis de Zygmunt Bauman de que el Holocausto no fue un fallo sino un producto de la modernidad– a rasgos y procedimientos de nuestra época moderna: lo que Sabina Baral llama un progromo eficaz. Y siguiendo también la termiología de Bauman, podemos señalar por lo menos dos de estos rasgos, entrelazados a su vez entre ellos: la indiferencia por distanciamiento social y la burocracia ejecutiva.

Rememora Sabina Baral:

La campaña antisionista de 1968, que condujo a nuestro exilio, se explica en la Polonia de hoy como la quintaesencia de un sistema enfermo que ya no existe y del que todos fuimos víctimas. Esto es verdad, naturalmente, pero no toda la verdad, y no es del todo honesta, demasiado cómoda y blanqueada. El sistema de la república popular en realidad martirizó e hizo sufrir. Fue difícil encontrar la verdad, muchos fueron encarcelados por sus opiniones, muchos otros creyeron en una retorcida historia y en una ideología necia con las que se alimentaba a todos, la mayoría en cambio simplemente permaneció sentada en silencio. (…)

Nuestro viaje, así como las circunstancias relacionadas con él, pasaron inadvertidos. Algunos a lo mejor lo sintieron y sintieron vergüenza, aquellos que nos fueron a despedir volvían de la estación llorosos. Otros contaban las ganancias de los sobornos y se alegraban de las nuevas propiedades dejadas por los judíos. Nadie intervino en nuestro favor.

Como decía Jacek Leociak en una entrevista sobre su libro Ratowanie (sobre los Justos y las relaciones entre judíos y polacos durante los años de ocupación):

Yo no solo he leído y sigo leyendo muchos testimonios sino que además he hablado con judíos que sobrevivieron y lo que domina en esas conversaciones, lo que reconocen como lo más dramático de su experiencia es la indiferencia, no que los polacos les quitaran o les robaran sus cosas, su dinero, porque esto ellos lo tratan como la ley de la guerra, como de lobos. Lo que más les duele es que apartaran la vista ante su suerte, es la indiferencia.

En las memorias de Sabina Baral hay varios episodios de cómo se trató de manera estrictamente burocrática la salida del país de aquellos que tomaron el camino del exilio:

Nosotros no tuvimos problemas con el transporte de documentos, pero para lo que eran…: mi acta de nacimiento, mi certificado de selectividad y la libreta de notas de la Politécnica. Practicaron sin embargo otra forma de tortura: había que correr por las escuelas, establecimientos universitarios, la oficina de inspección de enseñanza, ministerios y otras oficinas y complusar cada papelito. Duró esto una eternidad, era costoso, complicado y humillante. Nunca comprendí la lógica de esas exigencias. ¿A quién del extranjero podría interesarle todos esos sellos polacos?

Compulsábamos cuidadosamente cada papelito, los llevábamos al traductor jurado y después al notario para autentificar la traducción. Todo esto costaba una fortuna.

Una parte de la burocracia antes del viaje era también la llamada tarjetita de circulación: una colección de otros sellos que certificaran que no se tenía libros de la biblioteca (un sello aparte de la biblioteca del barrio y otro aparte de la biblioteca universitaria), que no se tenían préstamos ni demoras de pago en la administración, y por último algo también en relación con el servicio militar. A mí esto último no me afectaba, pero papá tuvo que estar metido en varias colas. Si a alguien del Oeste le hubieran interesado los modelos de sellos polacos, le hubiéramos llevado una colección considerable.

En otro fragmento cuenta las vicisitudes de una familia para llevarse consigo unos instrumentos de música:

Szymek Fisz añade: “Estaba permitido llevar instrumentos de música cuando se estaba en posesión de un título del conservatorio”. Pero eso todavía podía no bastar. Piszczyk (Ludwig Kahane) estudiaba trompeta y percusión en el Conservatorio Superior de Música de Varsovia. “Para transportar la trompeta con la que había empezado a estudiar en el conservatorio, me enviaron con ella al Museo Nacional de Varsovia (un pago), de allí al Ministerio  de Cultura (segundo pago) y todavía al conservador de instrumentos de la Ópera de Varsovia (tercer pago). Y todo para que se supiera que no iba a transportar una pieza de museo, lo que provocaría un perjucio a Polonia.

Los controles de aduanas fueron los lugares en los que muchas veces la absurdez burocrática se aplicaba de la forma más estricta, bien para humillar a los salían del país, bien para que estos terminaran ofreciendo un soborno:

Hicimos nuestro pobre equipaje, mis padres compraban todo lo que podían para el viaje y rellenamos una detallada declaración de aduana, contando escrupulosamente, en sendos ejemplares para los tres, cada olla, cada prenda de ropa interior y cada marcapáginas. Seguidamente pasamos por el penoso y humillante control de aduana de varios días de duración en el pabellón frío como una morgue y oculto en las profundidades de la Estación Central, donde la tarea de los aduaneros que registraban nuestro equipaje consistía, primero, en descubrir alguna inexactitud en nuestra declaración y, segundo, descubrir alguna cosa declarada que no se pudiera transportar, pero en cualquier caso crear situaciones en las que ante la lista de problemas de una u otra categoría captáramos que el soborno constituía la única salida. Cuanto más larga era la lista, mayor el “argumento financiero”, así que el registro era muy celoso.

Los agentes de aduana cumplían de manera escrupulosa su deber ciudadano-profesional, rompían lo que podían y rechazaban lo que se les antojaba. “Está prohibido”. Después de “untarles” rechazaban menos cosas, pero en lugar de ello rompían más cosas, quizás por ostentación. En un momento determinado hacer un soborno también era estratégicamente importante. Se debía hacer lo suficientemente pronto para aplacar a los aduaneros y evitar desperfectos, pero también era necesario aguantar cuanto más tiempo mejor para después no tener que sobornar una segunda vez.

Aquel, por ejemplo, samovar que encontraron en la parte baja de la caja. No era ni antiguo ni bonito: una tetera eléctrica de metal con una forma específica. Realmente no sé para qué nos iba a resultar útil.

–¡¿Un samovar?! ¡¿Y dónde está la autorización?!

Papá empezó a explicar que no sabíamos que fuera necesario obtener un permiso para algo tan corriente, usado, pero una antigüedad. Al aduanero le bastó como argumento acentuar fuertemente un “¡Haga usted el favor, señor!”.

Mamá susurró: “¡Dale el samovar!”. Y yo: “Que lo rechace, ¿para qué lo queremos?”. Pero para papá el samovar era un requisito imprescindible para emigrar y un nuevo soborno zanjó el asunto. Estaba furiosa. Y al final de nuestro viaje resultó que no se podía enchufar a la toma de corriente americana…

En otro momento recuerda asimismo :

Durante su trabajo los agentes de aduana se ceñían a las reglas y prohibiciones conocidas tan solo por ellos, pero se servían de ellas de forma autoritaria y firme, como si fueran evidentes para todos. “¡Está prohibido llevarse manuscritos!” –gritaron al ver mi diario escrito durante al menos cinco años. ¿Qué amenaza más grande para la Polonia de la República Popular podía representar el transporte fuera de sus fronteras del diario de una adolescente? La regla concernía de la forma más inequívoca no solo a los escritos a mano judíos, puesto que los aduaneros arrojaron también el cuaderno en el que coleccionaba autógrafos. En la primera página estaba la firma de Marino Marini. Para conseguir este autógrafo, había estado esperando durante horas con Ludka Kurcer a la puerta del hotel Monopol; tenía entonces quizás catorce años. En otra página había firmado Marlene Dietrich, cuando dio un concierto en el Auditorio del Centenario. Dijo entonces emocionada cómo se alegraba de estar en la Breslavia polaca [antes de la guerra Breslavia (Breslau) formaba parte de Alemania] y me sentí orgullosa. Para mí, breslaviana, había sido éste un momento sublime.

En las tiendas también había que acudir al soborno para comprar algo para el viaje o para venderlo en el lugar adonde se fuera a parar:

Los que viajaban a un país occidental podían cambiar en el banco cinco dólares por persona, sin consideración de si era para una excursión de una semana o para emigrar. Era el único dinero permitido.

“Ni siquiera eso era seguro”, cuenta Róża Goldfarb Holmgren. “A mi hermana le registraron el bolso y le quitaron los cinco dólares. La norma atañía a los ciudadanos polacos y no a los apátridas como nosotros”.

Hacían con nosotros lo que querían.

Surgió entonces un gran problema: ¿qué hacer con el dinero que quedaba tras la venta de nuestra propiedad y la satisfacción de todos nuestros pagos? Muchos de nosotros no sabían siquiera en qué país aterrizarían. ¿Cómo entonces comprar algo que fuera útil en el extranjero o que se pudiera monetarizar, cuando después de todo nadie sabía lo que realmente nos esperaba? Y además, ¿dónde comprar lo que fuera, pero que tuviera algún valor en el Oeste? Mis pobres padres le daban vueltas a la cabeza por la noche para gastarse esos pocos groszy en algo sensato. En las tiendas, a las que antes pasaba poco la gente, las dependientas hasta ese momento inadvertidas de repente se hicieron importantes, inaccesibles y costosas.

-Señora gerente… ¿Y cuándo? ¿Y cuánto? Con gusto le recompensaremos…

No se conseguía nada sin sobornos.

Existía un sentimiento muy fuerte de desarraigo y de haber sido desposeído:

Mi diario no tenía suerte: primero lo habían sacado del lift ahora de la maleta. De una forma extraña era muy importante para mí; lo había empezado a escribir impresionada por la lectura del diario de Ana Frank. No tenía ya a nadie a quien entregárselo. No quería que nadie lo leyera, ni siquera que lo tocara, así que simplemente lo hice pedazos en el tren , cerrando así el pasado de mi niñez.

Para Ewa Herbst era sentirse desposeída incluso de un amor no correspondido, como en este fragmento de un poema fechado en marzo de 1968:

Palabras como espinas de nostalgia
No hay apaciguamiento
No hay descanso de uno mismo
No hay escapatoria.

Permitidme vivir
Permitidme ser yo misma
Devolvedme mis sueños
Devolvedme mi casa.

El amor no correspondido
Está lleno de dolor
Pero sin embargo
No me lo arrebatéis.

Precisamente el libro de Ewa Herbst lleva por título Dokument podróży (Documento de viaje), el documento con el salieron de Polonia alrededor de 12 mil polacos de origen judío en 1968 y todavía durante algunos años posteriores. En el contexto de los sucesos de marzo del 68 el “documento de viaje” representó todo un eufemismo burocrático (durante la Shoá el eufemismo burocrático por excelencia fue “reasentamiento”, lo que también implica la idea de viaje), ya que este documento certificaba la identidad de su poseedor así como que no era ciudadano polaco (tal como se puede leer en la foto de más abajo, en la primera línea superior con caracteres más grandes). Esto era leído por su poseedor como que ya no era ciudadano polaco. Se puede uno imaginar el dolor que debieron sentir aquellos que se sintieron excluidos de su país (más arriba ya hemos podido leer algún fragmento que manifiesta cómo Sabina Baral se sentía polaca y no podemos más que generalizar este sentimiento). Ya hemos señalado también más arriba que el discurso público era abiertamente antisemita (hemos dado el ejemplo del “¡Moisesitos a Israel!”), pero el uso burocrático moderno de los términos requería –como señala Bauman– marcar ese distanciamiento para llevar a cabo este tipo de operaciones (con el paciente debidamente aislado, o como hemos podido leer más arriba incluso oculto, y usando guantes de látex, pero, eso sí, sin aplicarle anestesia).

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«El poseedor del documento de viaje de más abajo no es ciudadano polaco» (fuente: wikipedia)

En realidad las historias personales del 68 se encuentran a menudo entrelazadas a las de la Shoá, ya que partieron de Polonia familias en las que los padres eran supervivientes del Holocausto. Sus hijos eran jóvenes, con todo el futuro por delante, por lo que muchos los padres se decidían a salir del país pensando en ofrecerles un futuro mejor.

Pero ya fuera de Polonia a los padres –esos supervivientes de la Shoá ahora exiliados– les costaba aprender la lengua del nuevo país de acogida mucho más que a los hijos y en general los jóvenes se adaptaban mucho más rápido que los padres.

El ídish, lingua franca, con la que contaron mis padres durante toda su vida, tampoco resulta útil aquí [la familia de Sabina Baral estaba en esos momentos en Roma, lugar de tránsito antes del destino definitivo en EEUU]. Los judíos romanos se sirven del dialecto giudesco, próximo al hebreo.

Un momento significativo fue cuando comenzó el aislamiento lingüístico que para mis padres así como para muchos otros se alargaría hasta el final de sus vidas.

En otro fragmento Sabina Baral dice también al respecto:

El mundo de mis padres se encogió dramáticamente. Por fin empezaron a aprender inglés lo suficiente como para hacerse entender en la tienda o en una administración, pero el periódico, los libros o las películas y sobre todo las bromas en las conversaciones ya siempre serían difíciles para ellos.

Y todavía en otro fragmento:

Mamá a veces volvía muerta de vergüenza: alguien se había dirigido a ella en el autobús y ella no le había comprendido y se sentía tonta. Siempre llevaba consigo un ejemplar de Manual de conversación en inglés, que ya se estaba desbaratando.

Por otra parte, su situación no era fácil porque se habían quedado sin la pensión y el acceso a la atención sanitaria que tenían en Polonia.

Se invirtieron los roles familiares, ahora los hijos cuidaban a los padres:

Cuando a veces salímos los tres [cuando todavía estaban en Roma], los guiaba y les explicaba, conocía la ciudad y la lengua mejor que ellos y ellos a menudo se sentían perdidos. Comprendí que los roles se habían cambiado e –inesperadamente– era yo la responsable de ellos y no al revés, como hasta entonces. Y esto fue sin embargo solo el comienzo.

En otros casos, las personas mayores decidían quedarse en Polonia porque no encontraban por quién marcharse, aunque fuera a costa de tener que sobrellevar la soledad mientras otros allegados se iban marchando:

Zacharje [Zacarías, un tío de Sabina] no se marchó a ningún lugar, porque no tenía por quién hacerlo. Mis padres se marcharon por mí. (…). Un tren también separó a Zacharje de  su mujer y sus tres hijos en Sanok. Ita y sus hijos se fueron con el humo en Auschwitz, decía Zacharje. Durante toda mi infancia escuché esa frase: “se fueron con el humo”. (…). Vi llorar a Zacharje todavía una vez más cuando inmóvil de pie junto al tío Janek en la estación de Zebrzydowice [habían ido a despedir a Sabina y su familia]. Janek y su familia se marcharon algunos meses después y Zacharje murió.

El sentimiento que expresa la autora en sus memorias de que con los sucesos de marzo del 68 ella dejó de ser joven, recuerda lo que muchos supervivientes cuentan de que dejaron de ser niños o jóvenes con la Shoá:

Mi juventud, que había transcurrido bajo el signo de la fe en el propio esfuerzo, la seguridad y en una visión del futuro detenidamente meditada, se acabó en Roma. Pensé entonces que nunca más volvería a ser despreocupada.

Ewa Herbst, octubre de 1969:

Me enamoré de estos árboles para siempre
De esta ciudad y de la gente y del cielo
Me enamoré y no puedo concebir
Que haya que abandonar todo esto.
No sé por qué alguien con un trazo grueso
Tachó las hojas de mis sueños
Y yo no quiero arrancarlas de mi memoria
Y yo no quiero desaparecer entre lo que sobreviene

Referencias de esta entrada:

Sabina Baral, Zapiski z wygnania, Austeria, Kraków, 2015

Ewa Herbst, Dokument podróży, Austeria, Kraków, 2017

Zygmunt Bauman, Modernidad y Holocausto, Ediciones sequitur, Madrid, 2011

(Todos los fragmentos incluidos en esta entrada son traducción libre de los libros citados en la misma).

 

 

 

4 comentarios en “A 50 años de los sucesos de marzo de 1968 /2

  1. Excelente, importantísima entrada, muy profunda y estudiada. Este tema, tan desconocido para mucho, y para mí en especial, me ha ayudado a descubrir y profundizar algo en lo que nunca se me habría ocurrido estudiarlo. Gracias Emilio y felicitaciones…Eres un grande!!!

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    1. Gracias, Chela, me alegro de que te haya interesado el tema. Al estudiarlo me he dado cuenta de lo relacionado que está con el pasado (años 30 y Shoá) y con el presente (la relación que está estableciendo ahora Polonia con su propia historia). Un abrazo muy fuerte 🙂

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  2. Coincido totalmente con Chela. Una nueva entrada tremendamente interesante, mucho más con tu vinculación con la Shoá. Lo terrible, una vez más, es la constatación de que los judíos no tenían ninguna salida: durante el levantamiento del gueto la clandestinidad polaca no judía no se avino a ayudarles porque, entre otras cosas, se les consideraba muy cerca del “bolchevismo”. Luego, se les acusa de no ser suficientemente afectos al régimen comunista impuesto por Moscú… Lo que se demuestra una y otra vez, y no solo en el caso de Polonia, es que los antisemitas siempre encuentran razones para seguir construyendo su chivo expiatorio. Tremendo. Mil gracias una vez más, te debemos mucho por todo lo que nos aportas. Un súper abrazo a los dos.

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